El precio manda. Entras en el supermercado, vas directa a la sección de panadería y pastelería a mirar las tartas para comprarle a tu hija una y cambias de opinión cuando ves los precios: la tarta se la compras, pero no será una tarta recién horneada.
Tus pies te dirigen al mueble frío de las tartas más heladas que los fiordos noruegos. Por menos de diez euros saldrás del apuro. Además, una vez descongelada en el horno, nadie sabrá que tu hija sopla las velas en una tarta que estuvo varios meses congelada desde su elaboración en una fábrica.
Te sientes menos culpable cuando llegas a la caja y ves en la caja de enfrente a otra madre con cara de felicidad porque le ha podido comprar a su retoña una tarta ¡también congelada! No cabe duda: las tartas congeladas están de moda.
¡Hasta piensas que la tarta de cinco pisos de la boda de tu prima había sido montada, piso por piso, con tartas salidas de una nevera de dulces congelados! ¿No era el marisco también congelado?...
Te llama tu hija y le dices que ya tienes su tarta. La niña te pregunta si pueden venir a la fiesta dos amiguitas más del colegio. Le dices que sí porque le has comprado la tarta más grande. No le dices que la has cogido en la sección de congelados.
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